Marina Cáceres
“En Roggio, formamos una familia”
Es la Secretaria General y asistente del ingeniero Oscar Franco. Lleva 33 años dentro de la organización y puede dar fe sobre cómo la empresa fue creciendo, hasta alcanzar la condición de liderazgo que ostenta hoy.
Marina Cáceres es parte de la historia de Roggio y puede atestiguarla con lujo de detalles, desde que las puertas de la empresa se abrieron para ella como una oportunidad de trabajo y crecimiento, allá por finales de 1989.
Lleva en la piel las vivencias de prácticamente una vida dentro de la organización y conoce la temperatura de la cultura Roggio como pocos. No estaba muy convencida de presentarse, cuando le comentaron que la empresa necesitaba una telefonista: lo hizo imaginando un espacio laboral mejor, que le permitiera crecer y proyectar.
“Rubén Benítez era el gerente administrativo. Me entrevistó, hizo algunas preguntas y me ofreció el puesto, en una época completamente diferente a la de ahora, porque había pocas personas y solo dos líneas de teléfono”, recuerda Marina. Su recorrido comenzó el 14 de octubre de 1989, cuando ingresó como telefonista; poco después, las responsabilidades se multiplicaron y en 1992 asumió la Secretaría General, función que incluye desde aquel entonces asistir al ingeniero Oscar Franco, el Gerente General.
“Cuando entré, se terminaban detalles de la Embajada de Argentina en Asunción. Crecimos tanto, que quedó muy lejos aquella imagen en la que nos conocíamos todos”, comenta emocionada.
Un desafío muy importante se presentó cuando Marina quedó embarazada, porque trabajó hasta pocas semanas antes del alumbramiento y, ya con el pequeño Guido Núñez Cáceres mereciendo atención, pensó en ser mamá de tiempo completo y dejar de trabajar en la oficina.
“Había decidido quedarme en casa para estar con mi hijo. Pero el ingeniero Oscar Franco se propuso convencerme para volver, ja… Fue insistente y lo hizo: cuando mi niño ya tenía unos meses, me organicé para regresar a la oficina porque trabajar allí también me apasionaba”, señala. Los ojitos “se le pierden” cuando repasa que le tocó vivir lo que ocurre con casi todas las madres que trabajan más allá de las actividades domésticas: “salía de mi casa y mi hijo dormía; cuando volvía a la tarde o noche, él también dormía”.
Marina Cáceres resume en pocas palabras lo que significaba estar en Roggio. A la hora de rescatar el clima de respeto que había entre todos, afirma: “formamos una familia”. La dinámica del mercado generó las condiciones para que la empresa se expandiera de manera exponencial hasta convertirse en una auténtica marca registrada del Paraguay.
Hoy, Roggio es un mundo, con una estructura de colaboradores que no para de crecer para atender la capacidad operativa que exigen los contratos. Cuando llega la hora de apagar la luz, Marina siente orgullo por ser parte de todo lo que se ha logrado.