Miguel Leguizamón

 

Es el Jefe de Producción del proyecto de Puerto Indio. Trabaja en Roggio desde hace seis años y apuesta a la responsabilidad y el compromiso para seguir creciendo. Dice que aprende de todo y de todos, pero la obra lo apasiona.

Miguel Leguizamón es ingeniero electromecánico, recibido en la Universidad Nacional de Itapúa. Nació en Encarnación hace 42 años y trabaja con nosotros desde 2018: hoy es el Jefe de Producción del proyecto de Puerto Indio. Al principio fue responsable de la cantera en la Unidad Industrial de Corredores de Exportación, en San Rafael del Paraná, y luego participó del armado de la trituradora de piedras y la coordinación general del desembarco en Mbaracayú, cuando la construcción de la ruta hacia Puerto Indio se reducía a unos trazos en un papel. Parte de su aprendizaje transcurrió en oficinas antes de entrar a Roggio, pero su esencia, su estado mayor de gracia, es cuando le toca estar en la obra.

Ser parte de Roggio Miguel hace memoria y las emociones se le vienen encima: recuerda que su primer día en la empresa fue el 20 de enero de 2018. Tuvo diferentes entrevistas en el marco de la inducción institucional y junto con el ingeniero Hermes Toñánez, recorrió los procedimientos de la obra, cómo se realizaban los pedidos y reclamo de materiales, la trazabilidad que necesita las Normas ISO, etc. ¿Cómo llegó a Roggio? Tenía experiencia en plantas industriales, trituración y producción de áridos y le comentaron que Roggio necesitaba alguien de ese perfil. Entonces se puso en contacto con el señor Emilio Gill, llegaron a un acuerdo rápido y a trabajar. “Ese año 2018 fue muy difícil, con mucha carga emotiva para mi familia. Estaba desempleado, después de trabajar varios años en otras empresas y con Liliana, mi esposa, nos comprometimos a evitar las actividades que nos distanciaran. Me habían propuesto ir al Chaco y preferí no ir”, repasa. “Estaba en viaje hacia Asunción para ver de qué se trataba lo de Roggio y mi esposa me avisó que estaba embarazada. El año no podía comenzar mejor: con trabajo nuevo y la llegada de

nuestro segundo hijo”, recuerda Miguel “poniendo” en el mapa a Juan Pablo, de 14 años. La bebé se llamó Emilia y nació en julio, con algunos problemas de salud que no pudo resistir. Falleció apenas unos meses después. El ingeniero Leguizamón toma aire, busca acomodar las ideas mientras las lágrimas se escapan inexorablemente… Afuera, se escuchan algunos motores que desafían el silencio y le dan a la mañana una sensación de que la vida no se detiene. “Valoro mucho que Emilio Gill y Hermes Toñánez me acompañaron siempre y me liberaron del trabajo. ´Andá donde tenés que estar’, me dijo Hermes… Creo que Dios me trajo a Roggio en ese momento porque no sé si en otra empresa me hubieran tratado así”, señala en un momento de sensibilidad extrema. Miguel Leguizamón confiesa que una pena así “nunca se supera y te marca la vida”. “No hay un día en el que no pienso en Emilia y en lo que pasó. Pero seguimos firmes en la fe, de a poco nos levantamos y seguimos adelante. Dios nos acompañó siempre”, agrega.